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George Harrison a punto estuvo de morir asesinado.

  
 El 30 de noviembre de 1999, un hombre con problemas mentales ingresó a la madrugada en la mansión de 120 habitaciones. Le asestó decenas de puñaladas al guitarrista que estuvo a punto de ser el segundo Beatle en ser asesinado.

Un hombre había ingresado a la propiedad atravesando una zona del alambrado que se encontraba rota. Luego tomó una estatua de Jorge y el Dragón que había en el jardín y la lanzó contra una abertura cubierta con un antiguo vitraux. De esa manera entró a la casa.

Olivia despertó a su marido. George se puso un abrigo sobre el pijama, buscó unas zapatillas y salió al pasillo. Volvió a escuchar ruidos provenientes de planta baja y divisó a un hombre moviéndose en la oscuridad. Le pidió a su esposa que se encerrara en el cuarto, avisara al escaso personal de la casa por el intercomunicador y llamara a la policía. Ella le pidió que no volviera a salir de su cuarto pero George no le hizo caso.

El intruso se paró al pie de la escalera y miró fijo al Beatle. George pretendió tranquilizarlo. “Hare Krishna, Hare Krishna”, le dijo. De pronto el hombre estaba dando alaridos inentendibles, insoportables. Estaba aterrorizado. Comenzó a subir las escaleras corriendo, pasando los escalones de a dos en dos. El mantra del espiritual guitarrista había resultado contraproducente. El hombre enajenado tenía en una mano un cuchillo que había tomado de la cocina y en la otra la lanza de la estatua que había arrojado contra el vitraux.

En ese momento, George se dio cuenta de que entre ese loco y su familia -en la mansión también dormían su suegra y su hijo Dhani con un amigo- él era la última frontera. Decidió intentar taclearlo cuando llegara hasta él. Pero en el momento en que abalanzó contra su atacante, éste logró asestarle un puntazo en su abdomen.

Frenéticamente, con sus dos brazos, atacaba el torso del Beatle. La lanza de la estatua y el cuchillo de cocina chocaban (y muchas veces penetraban) contra el pecho del guitarrista. Harrison se defendía cómo podía pese al dolor de las cuchilladas recibidas.

Los dos rodaron escaleras abajo mientras forcejeaban. Una de las puñaladas ingresó más profundo, con más fuerza. “En ese momento sentí como la sangre entraba a mis pulmones. Sentí que mi pecho se desinflaba. La sangre inundaba mi boca y el aire se escapaba de mi tórax. Mis brazos cayeron al costado del cuerpo, no los podía levantar. Mis fuerzas se evaporaron. Estaba convencido de que me había herido de muerte”.

Esta situación hizo que el intruso pasara a dominar la lucha. Sentado encima de George lo atacaba sin orden y sin piedad. Olivia salió de su habitación y bajó las escaleras decidida a defender a su marido. Tomó lo primero que encontró, un atizador de la chimenea. Y le pegó en la espalda al atacante. Pero no logró hacer que dejara de atacar a George.

Había sangre por todas partes. “George trataba de detenerlo tomando de las muñecas. Estaba muy pálido. Nuestras miradas se cruzaron. Nunca le había visto esa mirada. Sus ojos estaban como vacíos” declaró Olivia tiempo después.

El hombre reaccionó tarde, enceguecido como estaba. Pasado casi un minuto se percató de que ya no eran dos. Que una mujer le había pegado en la espalda. Se incorporó y fue tras ella. Le pegó algunos golpes y le tiró varios cuchillazos. George apeló a sus últimas fuerzas para levantarse y lanzarse otra vez encima del agresor. Debía proteger a su esposa.

Ahora eran tres los que rodaban por el piso. En el enredo, ella había tenido tiempo de buscar un objeto más contundente. Y con una lámpara de metal que estaba sobre una mesas le asestó un certero golpe en la cabeza. Más sangre. El hombre cayó al piso. Y soltó el cuchillo que con velocidad recogió George. El otro intentó levantarse. Pero Olivia le pegó dos veces más en la cabeza (Tom Petty, al día siguiente, le mandó un telegrama a George en el que decía que “de pronto había entendido las ventajas de casarse con una mujer mexicana”) mientras gritaba: “¡Basta, pará!”.

“George estaba en muy mal estado, el agresor ya estaba herido y yo muy cansada: era momento de terminar esto”.

El invasor se arrastró como pudo hacia el jardín. En ese momento llegaron dos policías que lo inmovilizaron sin demasiado esfuerzo. El hombre sólo barboteaba: “Lo hice, lo hice”. Mientras tanto el matrimonio se tanteaba y evaluaban los daños que tenía el otro cuando llegaron las ambulancias.

Su hijo sostuvo que ese ataque, haber estado tan cerca de la muerte, lo modificó completamente. Quedó atemorizado y sin energía. El cáncer reapareció en poco tiempo. En octubre del 2001 le descubrieron dos tumores en el cerebro.

La familia Harrison viajó a Los Ángeles y George con cuidados paliativos murió el 29 de noviembre de 2001 en una casa que pertenecía a su amigo Paul McCartney.